El caso real en el que se basó la película de El exorcista.

Hoy vengo a hablaros sobre Rolan Doe.

Nació en Maryland en el año 1935, su familia era de origen alemán. Era hijo único, así que de pequeño solo podía relacionarse y jugar con adultos. Entre ellos, estaba su tía Harriet, la cual lo introduciría en el mundo de lo paranormal. Ella le enseñó a jugar a la ouija, cosa que, en mi opinión, dejó marcado a Roland, ya que era solo un niño que no podía relacionarse con otros de su edad.

Cuando su tía falleció, Roland siguió jugando a la ouija, quería contactar con ella. Y poco después, comenzaron los sucesos paranormales. Dicen que en aquella casa se escuchaban pasos, crujidos de pies y ruidos extraños. Pero no solo eso..., de repente, les llegaba olor a excremento o, sin más, los muebles se movían solos. Debió de ser horrible estar allí y sentirse observado, con miedo a que, en cualquier momento, algún objeto o mueble se lanzará sobre ti. Imaginad lo que es ver levitar algún objeto, o simplemente que se suspenda en el aire. Estos sucesos se hacían más fuertes cuando los objetos se trataban sobre religión: la imagen de Jesús se sacudía, era como si alguien golpeara la pared por detrás para hacerle daño; los recipientes con agua bendita caían al suelo para terminar ahí, como si alguien quisiese echar por tierra su poder o reírse de él.

De todos estos sucesos terroríficos, fueron testigos nueve sacerdotes. Además, los compañeros de clase de Roland vieron cómo el escritorio de este se arrastraba violentamente para chocar con otros objetos. 

Ni los médicos ni los psiquiatras pudieron hallar una explicación a los acontecimientos estremecedores que le pasaban a Roland. A la familia no le quedó otra que acudir al pastor de la iglesia que frecuentaban. Este sacerdote, llamado Schulze, decidió pasar una noche con el niño para estudiar lo que estaba pasando. Fue un suceso del que no saldría indiferente: fue testigo de numerosos sucesos perturbadores durante toda la noche. Dijo que la cama vibraba, que se podían percibir unas pezuñas que arañaban la pared. Eso fue solo el principio, sentó al niño en un sillón, el cual se empezó a tambalear hasta inclinarse y caerse para después, como si fuese un ritual, comenzasen a volar mantas por toda la sala. Decidieron que lo mejor era realizar un exorcismo. 

Lo trasladaron al Hospital de la Universidad de Georgetown. Nada más empezar el exorcismo, Roland le provocó una herida al sacerdote, por lo que tuvieron que curarle y darle puntos; fue una batalla perdida, aquel evento se canceló. Todo empeoró aún más... Cuando Roland estaba en su casa de nuevo, comenzaron a salirle ronchas en su pecho, donde podía leerse «St. Louis», lugar en el que su tía había muerto. Y allí le llevaron para un nuevo exorcismo, pero esta vez lo llevarían a cabo dos curas.

Allí se dieron cuenta de que el niño rechazaba todo lo que tenía que ver con lo sagrado. El joven gritaba e insultaba con una voz de ultratumba: gruesa, espeluznante... La cama se movía sola y los objetos volaban estrellándose, incluso, en la cara de los presentes. Para llevar a cabo este exorcismo, los propios sacerdotes necesitaron ayuda psiquiátrica. Este trabajo duró semanas, fue demoledor para todos. Al joven le aparecían inscripciones en la piel, entre ellas «mal» o «infierno». Y después de mucho esfuerzo y de que aquella cosa rompiese, incluso, la nariz de uno de los curas, un día se escuchó un estruendo, como un trueno o una escopeta que salía del edificio.

De ahí en adelante, Roland tuvo una vida normal.






Comentarios